El Tercer Orden

Inicial
En diferentes momentos la historia clasifica.
Toda estructura aprende de sí misma y no por eso es modificable. Los mapas me han mostrado que no cambian de forma y nos adiestran las cosas que han mutado su nombre.
Será oportuno ahora hablar de tres instancias, tres órdenes ajenos que arman su cadena en forma organizada.
Es sabido de antemano que un orden primero es donde todas las cosas se han dispuesto claramente, que un orden segundo es donde el estilo atraviesa toda utilidad y que un orden tercero es donde el problema es un factor abstracto. Así es como ha sido siempre y así es como debe ser.

Viajar en tren es recordar esa canción
Estos trenes son grandes paisajes que multiplican a la gente y llevamos demasiadas cosas con nosotros. Al resumir esto hemos puesto en evidencia la enseñanza matemática del mayor a menor, pero ahora presencio una operación fallada. Imprescindible es todo aquello que el orden considera; lo demás, puede exiliarse en un primer intento. Cuando la gente viaja con premeditación siempre tiene muy en cuenta lo que lleva entre sus manos y el modo en que deben hacerlo. Lo que pesa menos se carga hacia el final y lo que más peso tiene se deja a un lado o va en el fondo. En general, las mujeres llevan los bolsos más livianos, para poder cargar con hijos, comida o animales.
Esta vez, está bastante claro que eso no sucede.

La calma
La comodidad ahora es un factor ausente. En un viaje cualquiera, no encontrar un asiento es admitir que no es un viaje y soportar el calor con semejante sed no es un indicio de cordura ni en el caso más atípico. Siempre pienso en la calma como en alguna virtud, pero en casos como éste aparece la duda. Comunicarme con alguien habiendo tanta gente alrededor me recuerda que los demás siempre han sido un objeto de estudio.
Irnos a otro lugar, olvidarnos por un tiempo del trabajo y de las caras que nos han visto como realmente somos era una propuesta interesante, pero de haber sabido que tanta gente iba a subirse en el camino, habríamos desistido de esa idea.
Mi compañero y yo siempre padecemos las cosas de la misma manera. Inútil sería recordarle el calor que hace.

Las palabras o los actos
No es de repente que la gente habla. Primero comienzan por los gestos, las miradas se entrecruzan y a eso le siguen las palabras o los actos. Pero con extraños así y alrededor de tanta gente, hacia donde uno mira siempre hay alguien que lo observa. ¿Quién podría desconocer lo incómodo de esta situación? Tanto para decir en un lugar tan común.
Fue cuando recordé lo que mi compañero solía repetir en momentos como este: «Hay situaciones en que un silencio anterior comunica el desastre».
Pero ahora él está como ausente y si nada me dice es porque espera a que termine esta canción.

Hablan todos juntos
Cuando un tren se detiene a mitad de camino es común que cualquiera se pregunte qué ha pasado, pero ahora hablan todos juntos. Los desconocidos se comunican entre ellos y las mujeres se disputan el paso con los niños. Esos bolsos gigantes que estorbaban el camino han quedado en medio de una carrera indescriptible que no conoce dirección. Pero todos están dentro del tren. Ninguno ha abierto una ventana para saber qué pasa y, ahora, ante la posibilidad de que algo grave haya ocurrido afuera, decido que no voy a confiarle mi destino a nadie que haya omitido el calor que hace sin descorrer un vidrio.

Todos demuestran saber algo que yo no
Ni siquiera él desconoce las razones de este caso atípico, pero no voy a cargarlo con la responsabilidad de ser él quien me diga algo terrible.
Las voces superpuestas en escalas que no imaginaba posibles sugieren ahora que tengo que salir del tren y seguir el consejo de los que se aferran a sus cosas. Eso fue desde un comienzo el indicio de un problema. Ellos me habían avisado, me estaban diciendo, a su manera, que este viaje no era como todos, que este tren no nos hacía pensar en la misma canción y que la comodidad sí es, como siempre había creído, un factor importante. Ellos también lo pensaban así.

El ojo del huracán
Alguien ha abierto una de las puertas y todos se han lanzado hacia afuera. Mi compañero me ha tomado de la mano pero todo se ha vuelto más difícil y ni él ni yo queremos abandonar a la suerte nuestros bolsos, los papeles y las cosas que nos han tomado tanto tiempo.
Una mujer pide a los gritos que me quite del medio y otros más nos empujan con intención de acelerar su paso. Las manos nos duelen. Ya no es posible mantenerlas unidas.
Nos miramos y entendemos que ellos van a tener la culpa de lo que nos pase a partir de ahora.

Reconocerlo entre tanta gente
De un momento al otro alguien puede desaparecer. Es igual que anticipar la muerte sin poder evitarlo. El que ha desaparecido ahora es él. Miro a mi alrededor y ni siquiera están ellos para explicarles lo que han hecho. Ahora soy la única que no se mueve pero sigo estando adentro. Seguro él también debe estar inmóvil, allá afuera, pensando en la tragedia.
No es sólo él quien ha desaparecido, también lo he hecho yo. Acabo de darme cuenta que para él soy yo la que se ha perdido, la que está abandonada. Y saber cómo piensa me hace sentir más miedo aún.
Cuando algo está por suceder uno debe hacerse reconocible.

La vista
Tengo la certeza de que ahora podré registrar la capacidad del hombre común, de aquél cuya herramienta ha sido siempre su torpeza y su capacidad de parecerse a cualquier animal salvaje.
Ellos saben sobrevivir como especie, conocen las estrategias que los mantienen unidos, seguros hasta en la calamidad.
Alguien debe estar viéndonos. Toda ruina es observada y analizada lentamente.
Está muy claro que en algún otro lado esto debe estar viéndose como algo muy curioso.
Esta migración, esta insólita manera de encontrarse con extraños, me hace pensar que la ciudad se ha quedado vacía, que estamos todos juntos en este mismo lugar y ahora sí, tengo que saber por qué, qué orden se ha quebrado, qué ha hecho que todo se ilumine con este fuego y que de repente todos, aunque estando tan cerca, parezcamos enemigos.
180 grados son un kilómetro de confusión. Intento elevarme por sobre las otras cabezas, pero en una catástrofe nadie alcanza a distinguir la totalidad.

Geografía invertida
El campo siempre había sido un lugar oscuro hasta esta noche. Desde arriba el fuego se desprende de cada cosa. Los que vuelven de la ciudad nos dicen que no ha quedado nada y que entonces ahora ésta es la verdadera ciudad.
Cada tanto escuchamos que alguien muere. Cada tanto me pregunto si habrá sido él.
Ya no nos queda otra opción que escuchar y escondernos porque correr a campo abierto es más silencioso, pero nadie puede socorrerte y nadie puede saber si has descubierto algo.
Éste es el tercer orden. Se abre el tiempo de las migraciones, donde el problema se ha convertido en un factor abstracto. Nadie lo sabe pero todo nos supone perdidos. Dicen que no hay un responsable, tan sólo una situación.
El tercer orden es como en las guerras, un estado involuntario de confusión general, causado por un orden anterior que habilita a que las cosas sucedan y, forzadamente, nos reubica en función del desastre.
Ahora los extraños están alrededor y ellos, como yo, pensamos en lo distinto que sería todo si nos hubiéramos conocido de otra manera.

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