Siempre han existido las redes sociales, sólo que ahora nos encontramos frente a la digitalización de nuestros vínculos.
Hace tiempo que experimentamos un desapego por los demás, sin dejar de mantener un contacto fluido entre nosotros.
Las redes sociales digitales capitalizan el hecho natural de la comunicación, mediando entre nuestras palabras y las otras,
aunque muchas veces el emisor resulta ser también el destinatario, siendo el que más tiempo pasa junto a la información que está comunicando y quien suele revisitarla a diario.
La inmediatez no mejora nuestro modo de conocernos. Para ello, son necesarios el silencio, la reflexión, el tiempo.
Hoy parece un acto simple comunicarse con otros, pero ¿cuándo ha sido así?
Ningún sistema optimiza nuestros lazos, sino que los dirige, generando hábitos y dispositivos
que fusionan conceptos tan antagónicos como lo complejo y lo accesible, rumbo a la asimilación de lo incomprensible.
Los encuentros que el sistema no puede anticipar y las distancias que generamos sin motivo aparente,
viven entre las bases que se rehúsan a aceptarlo, en el cortocircuito del pacto más rebelde: la humana condición.
Somos el recurso del que se vale el medio para permanecer, a pesar de nuestra capacidad de comunicarnos,
pero no debemos olvidar que el primer contacto entre dos civilizaciones ha sido fruto de la conquista y la invasión.
Aún viajamos sobrevolando las guerras.
Si pensáramos a la Humanidad en términos informáticos, quizás sería más fácil aceptar que estamos siendo deleteados por un sistema operativo, nuestros países formateados, nuestras ideas borradas. Al descender de un avión nos estrellamos contra la realidad y, sin embargo, todo nos supone a salvo.
Este mundo de cuerpos análogos y sentimientos digitales, transita ese vaivén que se extiende entre la usuarización y la humanización.
La promesa del acceso es lo que convierte al humano en usuario. La [...]